Daniel Noboa llegó a la Asamblea Nacional de Ecuador este jueves con aires de renovación. El joven de 35 años, hijo del millonario Álvaro Noboa, quien intentó llegar en cinco ocasiones a Carondelet, tomó juramento del cargo que ejercerá por 18 meses y se le impuso la banda presidencial en una ceremonia atípica, en la que sólo Gustavo Petro, presidente de Colombia, fue el único mandatario del exterior que asistió al evento, aunque lo hizo con media hora de retraso.
Fiel al perfil que ha cumplido desde que fue candidato, Noboa dio un discurso de sólo siete minutos, y rompió así el esquema de los discursos largos en una ceremonia que antes podía durar hasta tres horas. “Pocos pensaban que tenía posibilidades, y el resultado de ello, demostró que aquellos que ven a la política como una realidad de extremos y revancha no tendrán respaldo popular”, dijo Noboa.
Daniel Noboa fue concreto, no dio espacio ni a los aplausos de los asistentes: “No soy un anti nada, soy un pro Ecuador”, y reivindicó constantemente la idea de lo diferente y de lo joven. “Creo en la fuerza de la juventud y a muchos les costará encasillarme en viejos paradigmas políticos o ideológicos”, añadió.
Lo dijo frente a los legisladores que la mayoría representan a esos “viejos paradigmas” y que además, fueron destituidos por el decreto presidencial emitido por Lasso en mayo, y con los que ha llegado a un acuerdo -que no ha sido público- con el bloque del partido Revolución Ciudadana, del expresidente Rafael Correa, y el partido de derecha Socialcristiano, para designar a las autoridades de la Asamblea. “No podemos seguir repitiendo las mismas políticas del pasado esperando un resultado distinto, por eso los ciudadanos votaron por un nuevo Ecuador”, continuó su discurso en el que no se refirió sobre quiénes conformarán todo su gabinete ministerial, que en los últimos días ha sufrido dos bajas, que deberán ser reemplazadas.
Desde que ganó las elecciones en pocas ocasiones se ha referido de las primeras decisiones que hará ni bien llegara al poder, pero en su discurso puso como prioridad la seguridad: “Para combatir la inseguridad hay que atacar la desocupación. El país necesita empleo, y para ello enviaremos reformas urgentes a la Asamblea, que deben ser tratadas con responsabilidad y pensando en el país”. Una reforma tributaria de la que no se conocen detalles y sería uno de los primeros documentos que enviará al Legislativo y donde se pondrá a prueba el pacto que llegó con las organizaciones políticas. Apresuradamente, se despidió con “manos a la obra y a trabajar ¡qué viva el Ecuador”.
El nuevo presidente asume un país con un déficit fiscal de más de 3.200 millones de dólares que incrementará en diciembre, con un nivel de endeudamiento que supera el 62% del PIB de Ecuador, con apagones en todo el país por una crisis de electricidad que el gobierno saliente no dejó resuelta, y con una severa emergencia de inseguridad con una de las tasas de criminalidad más altas de mundo, 38 homicidios por cada 100.000 habitantes, debido al abandono del Estado, un espacio en la que las bandas criminales han ocupado y lidera una una guerra entre ellas por el control de las rutas del narcotráfico.